De la Comuna de Quito al estallido en Chile [2ª Parte]

Análisis sobre los estallidos sociales en Ecuador y Chile.
Segunda parte del texto de Raúl Zibechi  para el prólogo de un libro que se editará próximamente en América Latina.


👉🏽De la Comuna de Quito al estallido en Chile [Primera Parte]

Comprender el estallido chileno desde una mirada de abajo y a la izquierda, impone echar el ancla en Wall Mapu, madre de todas las resistencias. Luego, debemos seguir abajo repasando los movimientos de estudiantes secundarios, la ACES en particular, que movilizó cientos de miles en las calles, rompiendo la lógica dirigentes-dirigidos. Más recientemente, el movimiento de mujeres impactó con la ocupación de universidades poniendo en cuestión el patriarcado, no sólo en general, sino el que sufren cotidianamente en las casas de estudio.

Confieso que me molesta cuando dicen “Chile despertó”. ¿Quién estaba durmiendo? No el pueblo mapuche, por cierto. No los secundarios que desde el “mochilazo” de 2001 no han parado de desafiar al sistema educativo. Quisiera repasar brevemente estos movimientos porque sostengo la hipótesis de que el movimiento masivo de 2019 tiene antecedentes y son ellos los que explican lo que está sucediendo desde octubre.

El primer punto es la irrupción de la Coordinadora Arauco-Malleco en la década de 1990, que representa un parteaguas en la larga resistencia del pueblo mapuche. Más allá del destino final del levantamiento promovido por la CAM, debe reconocerse el papel que tuvo en el viraje de larga duración de un pueblo que encarna cinco siglos de luchas.

El pueblo mapuche contiene se estructura en torno a comunidades dispersas, recolectoras y ganaderas en sus orígenes, bien distintas de los pueblos de agricultores –como los andinos- que viven en comunidades concentradas formando pequeños pueblos o villas. La dispersión poblacional, es un dato mayor que configura desde las cosmovisiones hasta las resistencias.

Es el único caso de un pueblo que consiguió derrotar a los conquistadores, lo que le permitió durante siglos niveles de autonomía inéditos en América Latina. Esta extensa historia de autogobierno hizo que tanto el poder colonial como el Estado-nación fueran sentidos como externos al mundo mapuche, durante la mayor parte de su historia. Al poder criollo le fue necesario violentar la independencia política y cultural construida por todo un pueblo que se auto-reconocía como diferente al sur del Bio Bio. Esa violencia marca a fuego la conciencia mapuche.

Lo que los militantes mapuche “recuperan”, no son sólo territorios sino tradiciones y autoridades en resistencia, que fueron las hebras de un autogobierno que selló la autoestima colectiva. Lo que fue sucediendo a partir de los 90, es un encuentro del pueblo consigo mismo, una “alianza” entre longkos y weichafes, entre las autoridades tradicionales con aquella parte de la población que salió al mundo winka para conocer otros saberes. Pero es apenas la primera parte de la experiencia. La segunda, fundamental y decisiva, es el retorno a las comunidades, porque es allí donde se pone en juego un mestizaje imprescindible: saberes tradicionales conservados en la resistencia y saberes del “otro” mundo, del mundo de los opresores.

La Comunidad de Historia Mapuche y la Alianza Territorial Mapuche, así como el amplio entramado de organizaciones mapuche urbanas, de mujeres y jóvenes, enseñan cómo la etnia fue capaz de parir sus propios intelectuales, rompiendo la dependencia teórico-política con las academias y los partidos de izquierda.

Estamos ante un pueblo que ha sido capaz de crear esta realidad por sí mismo, desdoblándose y rearticulándose en un breve proceso de décadas que, sin embargo, concentra cinco siglos de saberes en resistencia. Esta es una de las riquezas mayores de este pueblo que pudo articular las artes de la resistencia de las comunidades con formulaciones “nuevas” (en la forma) como autonomía, anticapitalismo, control territorial, anticolonialismo y autogobierno.

Por las propias particularidades de la historia y la estructura societal, la insurgencia mapuche no concibe su auto-construcción como pueblo-nación en clave estatal, sino que apuesta a la creación de autonomías desde abajo. Hasta ahora, un sector fundamental no le apuesta a la corriente multicultural y plurinacional hegemónicas en América Latina.

Luego de la derrota de comienzos de la década de 2000, el movimiento mapuche vuelve a emprender nuevos rumbos, pero sin dejar de lado la rica experiencia de la CAM. En 2007 nace la Alianza Territorial Mapuche, en un período en el que surgen además otros colectivos integrados por jóvenes sin formar organizaciones tan visibles y estructuradas. “Esta organización –escribe Fernando Pairican en referencia a la ATM- era el resultado de una nueva generación de comuneros que eran niños cuando irrumpió la cuestión autodeterminista, pero que cumplida la mayoría de edad comenzarían a liderar el movimiento, retomando las prácticas, discursos y formas de hacer política de la CAM”7.

La firmeza ética de los militantes convirtió en realidad el aserto de la antropóloga aymara Silvia Rivera Cusicanqui, en el sentido de que el pueblo mapuche seguía “oprimido pero no vencido”. Sin esa entereza ética, las huelgas de hambre de las y los presos políticos, como las de 2006 y 2007-2008, que rompieron el cerco político sobre todo un pueblo con el involucramiento de sectores de la sociedad chilena que se mantiene hasta el día de hoy, no habrían tenido la repercusión que consiguieron.

El último capítulo de esta historia es la respuesta al asesinato de Camilo Catrillanca, hace apenas un año. Así como el asesinato de Matías Catrileo en 2008 forjó una nueva camada de militantes, el de Camilo está ampliando el horizonte de todo un pueblo. Lo realmente nuevo en el Chile actual, no es la lucha mapuche, un pueblo que lleva cinco siglos de pie, sino el involucramiento de nuevas camadas de jóvenes (y no tan jóvenes) en una pelea de larga duración contra un Estado genocida y terrorista.

El crecimiento del pueblo mapuche es palpable en los grupos de base, en la multiplicación de organizaciones mapuche y mixtas, en el notable crecimiento de las personas que hablan y estudian mapudungun, incluyendo muchos blancos o winkas. Una fuerza que nace de la tierra, de muy abajo, y que está resultando imbatible.

El principal azote del pueblo mapuche es el extractivismo forestal, al que protegen y defienden el Estado chileno y los sucesivos gobiernos desde 1990. Ese modelo tiene un límite: como señala un editorial de la página Mapuexpress, la dignidad de la familia y la comunidad de Camilo Catrillanca han supuesto “un fuerte remezón para mirar con mayor precisión histórica y política lo que está ocurriendo en el Wallmapu”, y ha generado “una poderosa ruta para el pueblo mapuche”8.

La resistencia mapuche enseña que los chilenos viven bajo un Estado racista que ejerce violencia colonial. Al pueblo mapuche y a sus organizaciones se les aplica la Ley Antiterrorista aprobada en 2008 por el gobierno “progresista” de Michelle Bachelet. El cuerpo policial Carabineros protege a los empresarios que ocupan tierras o agreden a las comunidades, mientras militarizan un territorio que ocupan desde hace un siglo y medio, como consecuencia de la guerra denominada “Ocupación de la Araucanía” (1860-1883).

Desnuda también el tipo de represión ejercida, con cuerpos especializados como el Comando Jungla, integrado con agentes entrenados en Colombia con el apoyo del Pentágono. El Estado chileno considera al pueblo mapuche como un enemigo a derrotar, por eso entrena sus fuerzas como el GOPE en países que tienen larga trayectoria en la guerra como Colombia.

No debe perderse de vista, por la actualidad que tiene, que la militarización y la violencia obedecen al modelo de acumulación por despojo o robo, que los zapatistas denominan con acierto como “cuarta guerra mundial” contra los pueblos, que busca convertir la naturaleza en mercancías. En esta guerra, los pueblos son un obstáculo para la valorización de capital, ya no un medio para la extracción de plusvalía.

Finalmente, debemos registrar la masiva reacción de la población chilena ante el asesinato de Catrillanca, con movilizaciones en por lo menos 30 ciudades, incluyendo las del lejano norte. En Santiago se contaron cien cortes de calle en noviembre de 2018, con barricadas y hogueras, durante horas, con cientos de vecinos. Miles golpearon cacerolas asomados a las ventanas, sobre todo en la periferia. En algunas zonas las movilizaciones se prolongaron durante 15 días.

El mundo mapuche rompió hace tiempo los límites territoriales y sociales donde pretendía confinarlos el Estado de Chile. Cuando miles de jóvenes blancos ondean la bandera mapuche en octubre de 2019 en toda la geografía chilena, en particular en Santiago, nos están diciendo que reconocen la autoridad moral y política de todo un pueblo que, con su resistencia, le ha marcado un camino de dignidad y autonomía a todas las que necesitan acuerparse con otras personas para resistir las opresiones.

La segunda corriente es el movimiento estudiantil. El punto de partida puede ser el “mochilazo” de 2001, las primeras grandes manifestaciones en democracia. El aspecto que quiero destacar, fue la creación de la Asamblea Coordinadora de Estudiantes Secundarios (ACES), fruto de la ruptura con la Federación de Estudiantes Secundarios controlada por las Juventudes Comunistas de Chile. Sin esta ruptura, no hubiera existido un movimiento estudiantil como el que se conoció en 2006, con la movilización de los “pingüinos”, y en 2011 con el impresionante movimiento que atraviesa todo el país y moviliza camadas importantes de jóvenes.

En la revolución la “revolución pingüina” se paralizaron 400 colegios y unos cien se coordinaron con la movilización de 600 mil escolares, superando las marchas de 1972 durante el gobierno de Salvador Allende.

Lo sucedido en 2011 superó todas las experiencias anteriores. El año comenzó con una masiva y maciza resistencia en Punta Arenas, contra el aumento de los precios del gas. El movimiento fue tan fuerte que el gobierno debió negociar con la Asamblea Ciudadana de Magallanes y dar marcha atrás en los aumentos. En mayo más de treinta mil personas se manifestaron en Santiago contra el proyecto Hidro Aysén que busca construir cinco mega represas en la Patagonia, con el apoyo tanto del gobierno como de la oposición, sin consultas a la población. Nunca antes una acción de carácter ambientalista había reunido tanta gente.

Las acciones estudiantiles se iniciaron a fines de abril. El 30 de junio, 200 mil estudiantes marcharon por la Alameda. No había banderas de partidos, ni consignas uniformes, pero sobre todo no se dirigían ni al parlamento ni a la casa de gobierno como acostumbran hacer los sindicatos y partidos. En las semanas siguientes los estudiantes, sobre todo los secundarios, se tomaron el canal de TV Chilevisión en protesta por la forma como los medios trataron las movilizaciones. También ocuparon sedes de partidos políticos, la ultraderechista UDI (oficialista) y la del opositor Partido Socialista.

El momento más importante fue el 4 de agosto. La represión policial fue muy fuerte y se detuvo a 874 estudiantes. La población de todo el país se solidarizó con masivos caceroleos y marchas espontáneas en las principales ciudades convirtiendo la jornada en una “protesta nacional” como las que hubo contra Pinochet. Mujeres y hombres de poblaciones periféricas que no marchaban desde 1989, cuando “regresó” la democracia, volvieron a las calles y lo hicieren como suelen hacerlo los de más abajo: cantando, bailando, compartiendo bebida y haciendo que fiesta y protesta sean una misma cosa.

En junio se tomaron más de cien liceos, llegando por momento a 600 en todo Chile. La cuestión trascendió las masivas marchas para poner el acento en las tomas, lo que implicaba el control del espacio-tiempo educativo. En mi opinión, hay dos aspectos a destacar: una forma de coordinación como la ACES, que enseña una nueva cultura política sin dirigentes, horizontal y autónoma; y la continuación de los cursos bajo control estudiantil en varios liceos que abrió las puertas a la “educación otra”.

La ACES es una creación mayor del movimiento, ya que avanzó en la coordinación horizontal de miles de estudiantes y cien colegios tomados, en un espacio sin dirigentes y, por lo tanto, sin bases a las que dirigir. Miles de estudiantes experimentaron la lucha en base a otra cultura política, de carácter no patriarcal, no colonial y, por ende, no capitalista. Si queremos luchar contra el sistema, como señala la poeta negra Audré Lorde, no podemos hacerlo con las herramientas del sistema. Creo que esta experiencia fue trascendente ya que anticipa lo que sucede en 2019, en cuanto a formas de organización no jerárquicas, descentralizadas y comunitarias, y porque dialoga ( y dialogó realmente) con el pueblo mapuche.

La autogestión de liceos abre otra perspectiva. El amplio movimiento estudiantil que ganó las grandes alamedas, con manifestaciones de cientos de miles de jóvenes y con la ocupación de decenas de colegios secundarios demandando cambios en el sistema educativo, se ha ido sedimentando en la creación de unas 30 iniciativas de educación autogestionada en territorios populares. El nacimiento de las escuelas públicas comunitarias, marca un viraje de larga duración en la lucha educativa en Chile, ya que el movimiento pasa de centrarse en la demanda al Estado en la construcción de otra educación.

Los liceos autogestionados por la alianza entre profesores y estudiantes, fueron una primera experimentación de la “educación otra”. Las nuevas experiencias educativas se propusieron que las comunidades educativas se reapropien de los espacios educativos y la formación de sujetos críticos, conscientes y comprometidos para motorizar los cambios sociales9.

Los movimientos anteriores fueron cooptados por el poder o los partidos. Así sucedió con los pingüinos que fueron atrapados en los pasillos de La Moneda. El de 2011, fue domesticado (o intentó serlo) por dirigentes comunistas como Camila Vallejo, para engordar las bancas del partido. Unos y otras utilizaron la lucha como escaleras personales. Quizá por eso en 2019 no se ven banderas de partidos, síntoma de la profundidad del rechazo al sistema político chileno.

La tercera corriente que desemboca en 2019 es el movimiento de mujeres, que tuvo en 2018 su expresión más notable. Inicialmente, el movimiento parece formar parte del Ni Una Menos, que desde 2015 moviliza millones de mujeres, sobre todo jóvenes, en todo el mundo y en particular en América Latina. La reacción ante la brutal agresión a Nabila Riffo, agregó una cuota de dolor e indignación contra el sistema patriarcal de justicia, aterrizando las denuncias en casos muy concretos. Las reacciones de actrices y personalidades públicas, las movilizaciones en trono al 8 de Marzo y el Ni Una Menos, mostraron que el movimiento estaba ante una nueva oleada con amplia participación de mujeres jóvenes.

La coyuntura más importante se produjo en 2018, entre abril y julio, con la toma y movilización de 32 facultades y varios liceos. Las feministas y mujeres antipatriarcales (como se definen las mapuche), dieron un paso decisivo: pasaron de la denuncia contra el patriarcado, en general, a las denuncias concretas contra patriarcas que ejercían violencias, abusos y acosos en espacios bajo su control. Este paso de lo general a lo particular, hizo tambalear sólidos prestigios académicos, pero además mostró que ninguna autoridad, ninguna estructura, queda al margen de la cólera de las mujeres.

Creo que la profundidad del movimiento se evidencia en el paso de las masivas manifestaciones callejeras (que nunca se abandonaron), al cuestionamiento en los oscuros espacios del poder patriarcal. Cayeron varios docentes y se crearon comisiones para abordar los casos de acoso, abuso y violación, promover formación docente en feminismo, educación no sexista y garantías para las estudiantes.

Mi impresión es que el movimiento en su fase actual ha conseguido atravesar todos los estratos sociales y culturales de la población chilena. Nada ha quedado en su lugar y han cuestionado el papel de los varones (sobre todo los “progres”), que debemos reflexionar para modificar a fondo nuestras actitudes. Las grandes revoluciones de la historia no cuestionaron el patriarcado, aunque algunas mejoraran la situación de las mujeres. Gracias al feminismo, hoy sabemos que la reproducción del patriarcado a través del Estado y del partido, fue una de las causas del colapso de las revoluciones.

En Chile, el movimiento feminista se manifiesta en la multiplicación de organizaciones de todo tipo, en todo lugar, tanto en Wallmapu como en las grandes ciudades. La Coordinadora de Organizaciones de Estudiantes Mapuche (COEM), en Santiago, formada en 2014, reúne agrupaciones de casi todas las universidades y han creado una escuela de mujeres indígenas que defienden un feminismo mapuche en el que se denominan “mujeres antipatriarcales”.

Una de las consecuencias más interesantes es que están contribuyendo a crear sujetos heterogéneos, ya que la homogeneidad reproduce el sistema. Tanto la COEM como el colectivo de información Mapuexpress, son espacios de mapuches y blancos, que integra personas de grupos feministas, ambientalistas y estudiantiles. Estos espacios mixtos así como el feminismo mapuche, casi no existían una década atrás, o bien eran muy incipientes, pero están floreciendo y multiplicándose de forma exponencial.

En Chile como en otros países de la región, las mujeres están desmontando lo que Rita Segato denomina “mandato de masculinidad”. El protagonismo de las mujeres zapatistas, tanto en la campaña de Marichuy como en el Concejo Indígena de Gobierno, está mostrando la profundidad de los cambios y que el feminismo no se reducen más a las mujeres académicas de clases medias. Aunque desborda el marco de estas líneas, la apuesta zapatista de cambiar el mundo sin tomar el poder, y ahora sin hacer la guerra, está estrechamente ligada al papel de las mujeres y las comunidades en ese proceso.

Respecto al mandato de masculinidad, quisiera recordar la crítica de Segato a la política centrada en el enemigo (para combatirlo o para negociar), a la que considera fascista, “porque en ese caso es el enemigo el que nos mancomuna”10. Apunta varias cuestiones. La primera es que el mandato de masculinidad no se desmonta desde el Estado, con leyes y procesos institucionales, sino en el trabajo directo con las personas, varones y mujeres, que pasa por cambios personales y de personalidad, por el modo como se establecen los vínculos en los espacios de la vida cotidiana.

En este aspecto, parecen darse dos procesos simultáneos: la organización de las mujeres que potencie movimientos y acciones, y a cada una de ellas; y los necesarios cambios entre nosotros, los varones, que pasan por perder los privilegios que tenemos, algo que es imposible procesar sin atravesar una crisis profunda porque se trata de cambiar nuestro lugar en el mundo. En lo personal, puedo decir que no se trata de “una” crisis puntual y acotada en el tiempo, sino un proceso ininterrumpido y continuo, sin final o con final abierto, para ir asumiendo, en la mejor hipótesis, una configuración interna otra que permita relacionarnos desde un lugar de sencillez y humildad naturales.

La segunda es que el mandato de masculinidad se desmonta en plazos muy largos, lo que requiere pensar y actuar en términos de larga duración. La persistencia y la permanencia permiten no sólo cambios en las relaciones, sino comprender a las y los otros, sus dolores y frustraciones, esas rabias y heridas que el patriarcado y el machismo han cincelado en el alma y en el cuerpo de las mujeres.

En resumen, se han producido en Chile varias camadas de movimientos antipatriarcales y anticoloniales, anudándose, mestizándose, que han desembocado en este maravilloso octubre, que ha empoderado todo un pueblo, desde las niñas y niños hasta las personas mayores. Como suele suceder, lo que millones han protagonizado en la calles en octubre de 2019, fue “ensayado” y practicado en escalas algo menores a lo largo de los treinta años que nos separan del fin de la dictadura. Por eso, lo de ahora no es un despertar, sino algo mucho más profundo: un Ya Basta de dignidad y desesperación, después del cual ya nada será igual.

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El levantamiento ecuatoriano, sólidamente estructurado en torno al movimiento indígena, dialoga con el estallido volcánico chileno, diverso y plural. Las mujeres quiteñas que protagonizaron una impresionante marcha que frenó en seco la represión, se conectan con las chilenas que desafían la violencia, y las violaciones, de carabineros y militares. Las multitudes juveniles desbordan aquí y allá las estructurales verticales del Estado y los partidos. Abren un tajo profundo en las alamedas patriarcales/coloniales, por donde florecen los brotes de las emancipaciones, que se enlazan y acoplan, en un ejercicio infinito de combinaciones y mezclas de las que van naciendo mundos nuevos, plurales, múltiples, abiertos a todas y todos.

No es ni Piñera, ni Moreno. Es el régimen. Por eso lo importante no es cambiar el gobierno, por elecciones o por derribo, sino definir qué caminos vamos a tomar las y los de abajo. Por la experiencia anterior, sabemos que no podemos cambiar lo que hay si no construimos lo nuevo. Si llegamos a derrocar el régimen actual, lo más probable es que quienes lo sustituyan reproduzcan las opresiones que combatimos. No es desde arriba como vamos a crear la nueva sociedad, sino abajo, en la vida cotidiana, sin Estado, sin policía ni militares, sin políticos ni partidos. No sabemos cómo hacerlo, pero tampoco sabíamos cómo levantarnos, y lo hicimos.

Raúl Zibechi

Quito-Montevideo, 23 al 28 de octubre de 2019


7 Fernando Pairican Padilla, “MALON. La rebelión del movimiento mapuche. 1990-2013”, Pehuén, Santiago, 2014, p. 356. Énfasis míos.

8 “La ruta digna tras el asesinato del lamngen Camilo Catrillanca”, Mapuexpress, 13 de dicembre de 2018.

9 Colectivo Diatriba, “Escuelas Públicas Comunitarias: Propuesta de otra educación para una nueva sociedad”, abril de 2013.

10 “Desmontar el mandato de masculinidad”, en Desinformémonos, 10 de junio de 2019.