¿Por qué Juana Raymundo ya es un símbolo?

La historia de Guatemala es la de la violencia y el terror. Ese pasado –cuando el control del Estado y de la sociedad lo tenían los militares y cualquier expresión de crítica y oposición era minimizado y eliminado a través de la desaparición, la tortura y la muerte–, se mantiene vivo y nos caracteriza como país.

Este fin de semana Juana Raymundo, enfermera y líder comunitaria Ixil de Nebaj, Quiché, integrante de Codeca y del Movimiento de Liberación de los Pueblos, fue asesinada. Su cuerpo apareció a la orilla de un río con señales de tortura. Una dirigente social joven a quien, como si nos encontráramos en las décadas de 1970 o 1980, se la llevó la violencia.

La muerte violenta de Juana Raymundo se suma a la de otros líderes comunitarios y campesinos asesinados durante los últimos meses en diferentes puntos del país: Luis Marroquín, Florencio Pérez, Alejandro Hernández y Francisco Munguía, todos de Codeca; y de Mateo Chaman, José Can Xol y Ramón Choc, del Comité Campesino del Altiplano (CCDA).

El asesinato de Juana Raymundo indigna y devela el fortalecimiento de reacciones violentas contra las expresiones sociales locales que exigen un cambio en la estructura económica del país. Actos criminales que son alentados y que también alimentan ese discurso hegemónico que justifica la muerte como opción para resolver conflictos y diferencias con argumentos tan poco humanos como el que afirma que “los matan porque en algo andaban metidos”.

No puede pensarse en delincuencia común como la primera opción en este caso, porque a Juana la mataron en uno de los departamentos con menos violencia en el país. Según la organización Diálogos, Totonicapán, Quiché, Sololá, Alta Verapaz y Huehuetenango son los departamentos que muestran la tasa más baja de homicidios.  De hecho, de julio de 2017 a junio de 2018 en Nebaj se reportaron únicamente 3 asesinatos, con una tasa de 2.9 homicidios por cada 100 mil habitantes. Fue en ese contexto social en donde el cuerpo de Juana fue utilizado por sus asesinos como un papel para enviar un mensaje de terror.

Así, mientras el Ministerio Público no aporte información sobre las causas y los responsables de estas muertes, uno no puede pensar otra cosa más que los asesinatos de estos líderes comunitarios son perpetrados por estructuras criminales que pretenden sembrar el miedo entre la gente para impedir que se organice, dialogue y emprenda la movilización política y social para alcanzar sus objetivos. Preocupa pensar, además, que puedan operar desde el Estado o bajo el amparo de él.

A Juana, al igual que a sus compañeros de Codeca, la mataron para callarla. Tenía claro cuáles eran las causas de la injusticia social y cuáles son los mecanismos que utiliza esta sociedad para incrementar la desigualdad entre la ciudad y el campo y entre indígenas y ladinos/mestizos para beneficio de una oligarquía corrupta y opulenta.

Además, por ser mujer e indígena, Juana estaba condenada a enfrentar más obstáculos para llevar una vida digna. La oficina del OACNUDH en Guatemala lo reiteró en informe de 2017 sobre la situación de los Derechos Humanos. Este país concentra uno de los peores índices de desarrollo del mundo. Muestra de ello es que el 60 por ciento de la población vive en la pobreza, concentrándose los más altos porcentajes de este flagelo social entre las personas que viven en el campo (ahí el 76.1% de las personas son pobres) y en los pueblos indígenas (79.2%).

Pero Juana, con sus dos décadas de vida, identificó el camino para la liberación de su comunidad y de su pueblo. Le apostó a la organización social y comunitaria para reiterar que las personas como ella, como todas, merecemos llevar una vida digna lejos de la miseria y con oportunidades de trabajo y de desarrollo y con acceso a los servicios sociales y recursos productivos. Dentro de Codeca era una de las encargadas de la formación política de los jóvenes para, tal como lo dijo su organización a la prensa, preparar a muchas Juanas.

Además de la organización social, Juana también le apostó a la vida partidaria porque este Estado, cuya población es diversa, impone una única forma de acceso a los puestos de poder público. Ella fue electa como integrante del comité ejecutivo municipal del Movimiento para la Liberación de los Pueblos, que pretende ser una opción partidaria organizada, desde la vivencia y conocimientos locales, en el proceso electoral de 2019.

Con estas características Juana sintetizaba el peligro para este sistema de exclusiones que se resiste a morir y que nuevamente echa mano, ya no solo de la criminalización de los liderazgos comunitarios a través del sistema de justicia, sino también de la violencia para desaparecerlos.

Juana Raymundo es ya un símbolo, no del martirio porque la organización social le apuesta a la vida, sino de la juventud que necesita este país. Por ello es imprescindible que el MP dé respuestas sobre su asesinato y el de los otros dirigentes campesinos, porque mantenerlos en la impunidad sólo alienta la violencia y establece la represión y la persecución política como prácticas normalizadas.

“Cuando nos organizamos a defender derechos, porque eso es parte del compromiso cristiano porque Jesús lo hizo y por eso lo crucificaron, es cuando nos persiguen”, expresó Thelma Cabrera, dirigente de Codeca, durante el entierro de uno de los líderes campesinos asesinados. La organización es, precisamente, lo que pretende impedir el sistema cuando activa la violencia. Pero reconocernos, dialogar, ponernos de acuerdo y emprender el cambio es lo que permitirá modificar esta indignante realidad.

Fuente: Nómada por 

 

Lolita Chávez denuncia asesinato de Juana Raimundo, defensora de Derechos Humanos